68
No bien estuvimos á cubierto del viento, echamos el áncla y Calamar poniéndose de pié exclamó, dirigiéndose á La Ayutarda y estirándose para desentumiese:
— ¡Cómo se te habrá aguado el róm que tenías guardado en la barriga! ... ¿Qué lástima Avutarda, nó?
Y, mojados como estábamos, procedimos á desayunarnos con los restos de la cena y á calentarnos con un buen jarro de café con róm, que es el mejor enemigo del frio y de la humedad.
Smith, que habia bajado á la camareta y consultado su relój de plata — semejante á una cabeza de cebolla y al cuál, según su propia declaración, hacía quince años le daba cuerda todos los días á las diéz de la noche, hora en que lo había adquirido — exclamó:
— ¡Son las once!... ¡Hemos estado al remo la friolera de trés horas!... Vean que viento hay afuera. Sinó fuese por esta caleta... ¡hum!.... creo que á estas horas estábamos ya en Punta Arenas ó ibamos llegando!
— Y ahora, conforme llueva, vá a limpiar, repuso Oscar. ¡Ya vá á caer el agua!... ¿Quién iba á creér con una mañana tán linda?... ¡Cuando el indio aquél que pasó, se dejó sorprender, cómo habrá sido la cosa!
Y como su anuncio comenzara á cumplirse, oyéndose el tamborileo de la lluvia sobre la cubierta, bajamos á la camareta y allí, acurrucados, oiamos el crujido del mar al romperse en los arrecifes que se cubrian de espuma y el estallido como cañonazos de las ólas que chocaban y que retumbaba con écos siniestros en las cavernas lejanas.. ó volaba en álas del viento rebotando de risco en risco y de ladera en ladera.
— Y sigue no mas.— dije
— ¡No... ! Ahora vá á clarear. — repitió Oscar.— ¡Esto no es nada!