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IX.

Al páiro

Como esa madrugada comenzara á soplar una fresca brisa del oeste, el cútter abandonó Puerto Hope miéntras yo dormía. Cuando salí A cubierta encontré que ya estábamos lejos del seguro refugio.

El cielo plomizo, el mar casi obscuro, sin reflejos y la calma absoluta que reinaba, todo presagiaba la tempestad.

Los albatros con su gran vuelo pesado parecían como agitados y anhelantes: iban y venian describiendo círculos enormes, yá perdiéndose en las asperezas de la costa, que tenía un color cobrizo casi uniforme, yá deteniéndose como para hablar con los alciones, los petreles y las gaviotas que revoloteaban en silencio describiendo grandes curvas, cuyo centro era nuestro barco, que iba con las velas recogidas por falta de viento y á remo, tratando de llegar á una caleta cási ignorada que Oscar y la Avutarda conocían.

Smith y Calamar, de pié. empujando los largos remos que crugían en las chumaceras, apenas ganaban líneas sobre la corriente, que era impetuosa.

— Si sopla viento fuerte, muchacho, —me dijo Smith,— bajas á la camareta y cierras la escotilla: creo que vamos á te-