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CRÓQUIS FUEGUINOS

arcilla y que también les sirve para tomar las junturas de las wmbarcaciones ó los pequeños rumbos que abre el uso.

Horas enteras se mantienen en esta posición, asando pequenos mariscos que comen en cantidades fabulosas y esperando tranquilos que les llegué una ocasión digna —que casi nunca les llega— de demostrar los bríos del sexo, de los cuales se sienten no sólo orgullosos sino celosos.

Entre los hombres fueguinos, la haraganería no es un vicio sinó una prerogativa, así como el trabajo y las privaciones son privilegio exclusivo de la mujer. La fueguina come después que su marido ha comido hasta saciarse, duerme cuando éste se lo permite, bebe cuando él la convida y se viste con los harapos que él ya no considera dignos de cubrir su importantísima humanidad.

Es por esto, quizás, que entre yaghanes y alacalufes, las modas no existen ni se conoce la coquetería femenina. El vestuario se usa para librarse del frío únicamente y á este resultado llega un hombre por médio de una vistosa pollera, como una mujer por médio de un mugriento pantalón de tela embreada, —de esa que sirve par envolver fardos— como uno que ví en Ushuwáia, vistiendo el cuerpo de una matrona yaghán y que en la parte más ancha y partiendo de un cuadril, ostentaba una inscripción que décía: Frágil, con grandes caracteres blancos.

Alli no se conocen nuestros convencionalismos sociales y el ser humano no obedece á otra ley que la de la imperiosa necesidad.

Los indiecitos parece que yá nacieran conociendo esta verdad y pronto se independizan del pecho materno —que no es muy constante tampoco—

buscándose la vida en el fondo de la canoa donde nacieron y que es la casa de sus padres, abundante siempre en despojos útiles para sus estómagos poco exigentes.