56
sivamente, al parecer, en asár mejillones, sin cuidarse para nada de nosotros.
Naturalmente, también nos jugaban estilo, á su modo, á los del cútter.
Derrepente los remeros, que mantenían las canoas en posición mercéd á una pala corta que manejaban con gran destreza, hablaron entre sí en un lenguaje guturál — formado por sonidos ásperos que tenían algo de chirrido de áves marinas ó de choque de agua sobre piedras — y un indio, poniéndose de pié en la canoa y mostrando la desproporción entre el tronco y las extremidades — pués no era alto sino que lo parecía cuando estaba en cuclillas — pregunto en una mezcla de españól y de inglés, si queríamos cambalachar cueros por guachacay — que es el aguardiente infame que los chilenos introducen en la región y mercéd al cuál han visto desaparecer en su territorio, silenciosamente, las razas primitivas.
Smith les declaró que no era comerciante y que no quería cueros.
— ¿No lobo?... ¿N o nútria?... — dijo otro que estaba sentado.
— No.
— ¡Bueno!... ¡Regalo!
Y el indio, poniéndose de pie; tiró al cútter un cuero de nútria perfectamente seco y arrollado en espirál, con la parte del pellejo para el lado de adentro.
Esta manifestación fué correspondida con una galleta.
Comenzó el negociado. Gracias á la habilidad de Smith y del portuguéz, que eran tratantes eximios, adquirimos á costa de un poco de té, galletitas y una botella de guachacay, amén de unas copas consumidas sobre el terreno, unas diéz pieles que llevaban escondidas y que sacaban recién cuando la tentación les vencia.