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CRÓQUIS FUEGUINOS

aspecto que presentan cuando huyen en el agua, pués siendo de escasa plumazón, no pueden volar. Para impulsarse, se ayudan con un rápido aleteo, que semeja el movimiento de las ruedas laterales de un piróscafo y su cuerpo plomizo y rechoncho, coronado por el pico rojo, tiene algo de un cacso con su chimenea.

Al encaminarnos hácia la chalupa para regresar, tuve la suerte de hallar un curioso ejemplar de estrella marina, que Oscar me hizo notar, pués la que yo había visto hasta entónces era pequeña, de un rojo súcio, casi negro y con manchas más intensas que le daban un aspecto singular. Esta era grande, casi de una cuarta de diámetro, de color anaranjado y con pintas rojas:

— Esta estrella no es de aquí. Yo la he visto únicamente en el Mar de la India, donde tampoco es muy abundante. Dicen que en Ceylán su aparición coincide con la de las conchas de perlas y los pescadores le llaman, no sé porqué, «la madre del corál», esa madrépora admirable que fabrica bajo el agua palacios maravillosos.

Cuando llegamos al cútter, estaban al costado, pero sin atracar, dos canoas de indios alacalúf, que los de abordo, estudiadamente, se hacían como que no veían, explicándome en vóz baja que era estratéjia para sacarles á menor costo los cueros de nútria que tuvieran.

Los indios eran cuatro en una canoa y trés en otra y yo, por su aspecto, no pude deducir si eran hombres ó mujeres.

Altos, musculosos, de mirada dura y casi bravía, nos presentaban sus caras completamente lampiñas y nos miraban con sus ojos redondos, sin cejas ni pestañas y que tienen la más extraña expresión que puede imaginarse.

No veíamos su vestuario, pués se mantenían en sus canoas, acurrucados al lado del hornillo que llevaban al medio, arrebujados en una pequeña piél inmunda, ocupados exclu-