un alacaluf de éstos. Se llamaba Chiloáia y llegó á ser el mejor gaviero de abordo: una véz que me fui al mar, una noche de tormenta, de aquellas que se arman altA en California, si no hubiera sido por él tal-véz no estaba ahora por entrar á Hope.
— ¡Bueno!... Ese Chiloála se quedó enamorado en Waïhou, un islote chiquito que hay allá en el Pacifico y que es la primera tierra que se encuentra cuando uno sale de Juan Fernandez para Nueva Zelandia. Recalamos á refrescar víveres y el indio se enamoró de una muchacha papu, una de esas negras medio amarillosas de las islas; se quiso quedar y Jacobo no lo dejó... Pués, amigo, á la noche se largó al mar y se fué á juntar con la novia. Y estábamos como á seis millas, ¿eh?... no era juguete.
— ¡Ah! ¡Ah! .... ¿Con qué Vds. han andado en Waihou? — dijo Oscar con su pachorra habituál. Yo también estuve, hace como ocho años. Fuimos con un brick á comprar carey y aceite de coco. En ninguna parte he visto más tortugas ni de mayor tamaño que allí..... ¡Qué barbaridad!... El único puerto bueno de la isla — que parece un ocho acostado sobre el mar — es una ensenada arenosa, que tiene en el fondo y como á trés millas de la costa, unos cerros llenos de palmas. Yo he visto salir las tortugas á poner y, francamente, he tenido miedo: la playa entera estaba cubierta y se movía como si hubiera agua. Los negros de la isla, que son, como todos los de la Polinesia, altos, barrigones y con unas getas como de ballena, esperaban que las tortugas dejaran los huevos y cuando se volvían al mar las atropellaban, cortándoles el camino, hombres y mujeres: ellas daban vuelta las piezas mejores — las más grandes y de cáscara más transparente, — y ellos las iban degollando. Las tortugas, según dijeron, hacen estas salidas una véz por año y hay que aprovechar. Los huevos los sacan por