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A un costado, la Isla Dawson cubierta de vegetación, muestra de distancia en distancia las cumbres enhiestas de los cerros que encierra y que relumbran con los rayos del sól naciente, mostrándose intermitentes, cada véz que una de las grandes ólas eleva el cútter en su vaivén magestuoso.

Abajo, y como cortado á' pico en el franco de la áspera montaña, se abre el Canál Gabriel, que parece una obra de gigantes y que presenta el aspecto de una inmensa boca que sonrie: se vén primero los dientes blancos, formados por los glaciéres que desprende de sus flancos abruptos el monte Buckland en sus fantásticas prolongaciones y luego — avanzando — la nariz fina y afilada: es Punta Ansious que parece tomar el olor al Canál Magdalena que se abre al frente, ancho y pintoresco, sembrado de islotes verdegueantes.

Es nuestro camino.

Smith, de pié en la proa, señalando un repliegue de la costa lejana:

— Allá está Puerto Hope, el feliz, el deseado.... Esa pequeña bahía, cuántas vidas ha salvado, sirviendo de providencia en las horas negras y angustiosas! .... Ningún marino que venga del Estrecho, puede dejar de saludarla con júbilo.

Y alzando la vista miré más léjos y quedé como deslumbrado; arriba, casi en las nubes, erguía su blanca cúpula, coronada de nieves eternas, el Monte Sarmiento, el gigante vigía de la región austrál, que desprende glaciéres y ventisqueros desde una altura de 7330 piés y cuya cima orgullosa no conoce aún la planta del hombre, tan osada como valiente.

— ¿Qué te parece, muchacho?— dijo Smith con su expresión de burla- ¡allá, arriba, en ese monte, está la fortuna!....