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EN EL MAR AUSTRÁL

equivocar muchacho, que la cosa es importante! — y, pasados dós minutos, sirves el líquido en un jarrita de estos para cada uno de los que ván á tomar, teniendo cuidado, si yo soy de ellos, de servirme á mi casi tanto como lo que te vás á reservar para ti. ¡No te olvides de esto, muchacho, mira que es importantísimo!

Y tomando el jarito que le correspondía, fué á relevar en el timón á Oscar, quién luego de beberse su porción se tendió sobre cubierta y se quedó dormido.

Yo, transido de frío, — pués la temperatura aunqué estivál para un fueguino podía llamarse invernal para un porteño, — bajé á la camareta y fui á tenderme en el lugar que me habia sido designado como dormitorio.

Y allí, como viera por entre una rendija de la escotilla un -trozo de la via láctea que brillaba como una corona de diamantes, haciendo resaltar la negrura uniforme de las Manchas del Súr, que á aquella hora y en tales alturas, tenían para mi un encanto desconocido — comenzaron á desfilar ante mis ojos todas las escenas de mi vida ciudadana.

Cuántas veces vagueando en las calles de Buenos Aires, las había mirado indiferente, sin pensar que llegaría una hora en que ellas fueran para mi como una esperanza y en que sintetizáran todos los recuerdos de mi vida: mis amigos bullíciosos, mi novia de los veinte año — mi Panchita adorable — y mi hogar, desolado talvéz por mi partida.

Y me dormi viendo entre sueños la cara llorosa de mis padres que pensaban quizás no verme más.