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EN EL MAR AUSTRÁL

— ¿Sabe?... Iba allá á popa y las toninas, que yo no conocía, me pegaron un susto...

— ¿Las toninas?... Eso no es nada: el día que veas los tiburones sí que te has de asustar. Hay uno, que nosotros le llamamos «martillo» y que por aquí anda poco, que es. imponente. Tiene el lomo negro y la barriga medio amarillosa con pintas como de sangre: es cabezón, de cola derecha y se mueve con gran celeridad, teniendo la particularidad de que siempre anda con la cabeza para arriba como si estuviera parado. De cualquier lado que uno le mire, le vé siempre la boca abierta, casi á flor de agua mostrando una cuádruple hilera de dientes que son como los de una sierra y con las puntas como agujas. Cuela el agua como una coladera y no se le escapan mariscos ni peces chicos. Aqui, el que anda más, es el tiburón negro, que es sonso y medio cegatón: siempre le acompana el «pilotin» que es un pecesito blanquizco que le sirve de lazarillo y le pilotea hacia donde hay que comer... Donde abunda el «martillo» y anda en cuadrillas de centenares es en el Mar de los Sargazos, que se encuentra entre las Lucayas y estas costas de Patagonia, en el camino que siguen los balleneros norte-americanos. La travesía de ese mar es tremenda. sobre todo en la parte del trópico, donde los veleros se topan con su mayor enemigo: la calma chicha. Allí son esos canallas los reyes del desierto de agua.

— Por supuesto: hombre que agarran no cuenta el cuento, ¿eh?

— ¡Qué esperanza! El tiburón no ataca al hombre sino por casualidad. Eso de los peces que matan, son historias mal urdidas. En todos los años que navego, nunca he visto morir á nadie atacado por tiburones... y eso que ya he pre-