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EN EL MAR AUSTRÁL

Efectivamente oí como un martilleo sordo que repercutía por todas partes y que yá parecfa sonar en las nubes como abajo de uno.

—Agarran un paraje seco y donde el agua esté muy lejos, pués aqui generalmente se la halla ántes del métro y lo hacen un harnero, formando esa especie de hornaguera que atravesamos y en el que el caballo vá perdiendo pié á cada momento. Su reproducción es fenomenal y por más que los indios y todos los animales de aquí, con muy pocas excepciones, se alimentan principalmente de él, no se nota la merma.

Los indios lo cazan con toda facilidad, pués los perros cavan surcos al sesgo, que les toman de través las galerías en que viven y como son múy tímidos comienzan á disparar y ellos los ensartan al cruce con unas varitas puntiagudas.

Al dia siguiente, mientras tomabamós el café mirando á los indios médio desnudos hacer su gimnasia matinál, corriendo carreras con sus perros favoritos, saltando y adiestrándose en la honda y la flecha, con las cuales no dispáraban á grandes distancias sinó á pequeñas y acertando en blancos diminutos que colocaban entre el pasto, el jefe ona, que se llamaba Mápilush, nos declaró que en consejo habia determinado dejar las familias acampadas alli y acompañarnos con los guerreros Culcóian y Ucócu, que conocian á los parientes de Matias, hasta donde quisiéramos ó necesitáramos.

Lo único que nos pedían en recompensa era que al final del viaje les dieramos el «guanaco grande», aludiendo al caballo, y alguna ropa para sus familias.

Y allá, á lo léjos, quedó muy pronto el toldo miserable que cobijaba amoroso toda la riqueza de los guerreros onas, quienes con aire marciál marchaban á vanguardia!