Los onas se dividen en dós ramas: los del litorál, que tienen los dientes negros, debido á su alimentación é impureza de costumbres, según nuestros acompañantes, y los del interior, que tienen los dientes blancos como la nieve de las montañas y sólo comen carne.
Entre los indios que iban con nosotros, que eran del interior, habia trés matrimonios y eran hijos suyos los indiecitos que durante la marcha cada madre llevaba metidos en una bolsa colgada á la espalda ó prendidos a su capa de piél.
La mujer es entre ellos, como entre los yaghanes, una esclava; el hombre es guerrero y cazador, desdeñando todos los detalles relativos al toldo y sus comodidades: él pertenece por completo al ejercicio de sus fuerzas y al cultivo de su destreza, ya sea en la carrera como en el manejo del arco ó la honda, únicas armas que usan y con las cuales hacen verdaderas maravillas.
Las puntas de las flechas són de silex ó de hueso, pero los ribereños las usan de pedazos de vidrio de las botellas que encuentran y los que tallan no á golpes, como se creería, sinó puliéndolos con un trozo de pedernál.
Todas las mañanas, ántes de levantar su campamento, es de práctica que los guerreros se ejerciten en su arte y reciban las fricciones en las coyunturas de los brazos y las piernas, que ellos conceptúan preservadoras de dolencias y enfermedades.
Mientras los indios hacen su academia, las indias dán a caja uno de sus hijos un masaje destinado á promover su desarrollo y fortaleza, que es toda una curiosidad: coyuntara por coyuntura, desde el dedo meñique de la mano hasta el último del pié, són prolijamente restregadas, así como los huesos del pecho, las vértebras y aún el cráneo. Se conceptúa entre ellos que este masaje y el agua de ciertos