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EN EL MAR AUSTRÁL

mucho de que todos los hombres en la tierra fueran tán brutos como ellos.

Los indios que habíamos encontrado eran, como todos los de la raza, altos, vigorosos, de musculatura hercúlea y lineas fisionómicas múy acentuadas, habiendo alguno de ellos que, con una bóina roja y un ponchito al hombro, hubiera sido tomado por un vasco cualquiera de los alrededores de Buenos Aires.

Matías me hizo saber que estos indios se titulan los hombres más buenos de la tierra, siendo el fondo de su carácter bondadoso y hospitalario, por más que sean va­lientes y arrojados. Su vestuario consistía en una ámplia capa de cuero, en un taparrabo sujeto á la cintura por una tira angosta, en una especie de vincha con la cuál no se sujetan el pelo como se creería, pués le usan cortado cási al rape en la parte superior de la cabeza, en tatuajes ca­prichosos hechos con ocre de colores y en collares y adornos confeccionados con huesos pequeños y valvas de mariscos.

Perdidos en las llanuras inmensas que se extienden hasta las inabordables costas del Atlántico, rocallosas y planas, tienen poco contacto con ]a suigéneris civilización fue­guina, que ellos repudian, tratando de conservar intactas sus costumbres cási patriarcales y mirando con repugnancia á sus hermanos de la costa, que las hán bastardeado y con ódio á los yaghanes y alacalúf, que las hán perdido entregándose á los vicios del tabaco, del alcóhol y del azúcar, que ellos reputan una abominación y que les hán hecho olvidar los ejercicios guerreros, que fortifican el cuerpo y le conservan.

Para ellos llegar á la vejéz es un timbre de honor: el hombre no debe morir sinó en el trabajo ó en -la pelea y es siempre el jefe de cada agrupación el padre de familia más anciano.