—¿Carne? .... ¿Y un caballo?.... ¿Acaso tiene mas fortuna la reina de Inglaterra?—preguntaba Smith conmovido.
—Yá íbamos á salir á buscarlos,—decía La Avutarda.—Nos han dado un susto sin compañero!
Luego, con cómica gravedad, vino Oscar, y tomando de la mano á Matias, le condujo ante un envoltorio de arpillera, que estaba bajo una lata.
—¿Vés? .... ¿Sabes lo qué es eso, Rubio? ... Bueno! ¡Eso es harina!.... Encontré hoy en la playa una bolsa mojada.... pero que tenia el corazón seco! .... Como puedes imaginarte, más tardé en verlo que en sacarlo!
Y mientras saboreabamos una sopa de pescado que había proporcionado la habilidad de Oscar y que Matias dijo que era un mar, dada la variedad de peces, mariscos y hasta guijarros que contenía, hicimos nuestro plán de campaña.
Matias, que fué quién triunfó, era de opinión que debíamos seguir hácia el interior en busca de las tribus onas: si hallábamos alguna, él garantizaba que llegaríamos á cualquiér puerto del Atlántico sin tropiezo ni fatiga, pués era más fácil atravesar por las llanuras del oriente que por las sierras y montes de los canales.
El día siguiente lo empleamos en aprontar todo lo necesario para la marcha, y especialmente el arreo para nuestro carguero, guardando en la caverna, por previsión, todo aquello que no siéndonos de absoluta necesidad, pudiera, sin embargo, ser útil a cualquiera que llegara á aquellas playas desiertas.
Y en la tarde, estando ya repletas las maletas que debía llevar el caballo, cuyo conductor, cómo más entendido, sería Matías, y cuando rodeamos el fogón en que chirriaba un buen asado de guanaco, me dijo con tono festivo:
—Yá la masa esta leudando; mañana verá qué panes!...