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de su antigua esclavitúd, de la cuál conservaba en los lomos y en las costillas marcas indelebles, señaladas por manchas blancas de forma caprichosa.
Estábamos despanzurrando nuestra presa, cuando él, bufando, se acercó á nosotros quizás creyendo que sus ánimos pudieran suplir á sus fuerzas reales: una rápida carrera y un salto, le bastaron á Matias para agarrarlo del cuello. Deteniéndole humilde y sumiso, le ató con su faja y le. acercó á las reses.
Con el cuero de una, hicimos correas y con estas no solamente llevamos el caballo, sinó que aseguramos núestra presa sobre sus lomos, emprendiendo contentos el regreso.
Yo llevaba las fauces secas y no era el guachacay lo que pudiera aplacar mi séd. A cada paso me sentía más desfalleciente y más cansado, llegando un momento en que yá la marcha se me hizo poco ménos que imposible: tenia fiebre.
—Hubiera bebido en el arroyo, pués!... Mire que es sin precaución... ¿Y ahora qué hacemos?... ¡Vea de seguir un poco... !
Como estábamos léjos del campamento aún y la noche se nos venía, un trecho á buenas y otro trecho arrastrado por Matias, hice el camino hasta una hondonada que estaba tapizada de frutillas y moteada de calafates.
—¡Vaya, hombre!. ... Aqui hay algo que vale el agua!
Y ambos nos refrescamos con las frutas jugosas, que si bien no llenaron del todo la necesidad, nos pusieron en condiciones de proseguir nuestra marcha.
Cuando llegamos al campamento, corrí ciego al barril del agua y recién, después que bebí hasta encharcarme, pude darme cuenta de la alegria qué en los compañeros despertó nuestro regreso.