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CRÓQUIS FUEGUINOS

gún barco á la vista, y es bueno estar prevenidos. Nosotros, entretanto, campearemos... ¿No te parece, Matias?

—Justo!—repuso éste, sacando de entre el balde un bollo dorado.—Con éste y un poco de guachacay, llegamos al fin del mundo!.... Lo que me extraña es verlo á Smith .... Cualquiera creería que ésta es la primer zorra que desuella!

—¡No! ... ¡No es eso!... Es que uno para empezar de nuevo ya está viejo!

—¡Pero, hombre!—exclamé.-No tenemos ahí quince kilos de oro? .. ¿No són nuestros? Compramos otro cútter, le ponemos «The Queen» y se acabó! ... ¿No les parece?

Mi proposición fue acogida con júbilo, determinándose que en primera oportunidad los náufragos de Bahía Valentin volverían á los lavaderos y á las roquerías, con nuevo vigor y nuevos brioso

Y charlando de cosas alegres, la tranquilidad volvió á nuestros espiritus y pronto, alrededor del fogón, se oyó el ronquido de mis companeros, mientras yo velaba insomne, pensando en mi hogar lejano, mirando las estrellas brillantes y oyendo el rumor del mar, lúgubre y monótono.

La primera claridad del dia nos sorprendió á Matías y á mi desayunándonos con los restos de la cena y listos yá para salir.

Cuando el áspero camino de la playa quedó libre de sombras, dejamos el campamento y nos internamos, faldeando la sierra, que partiendo de la punta que nos guarecía, se perdía en el interior vestida con todas las galas de la selva fueguina.

El camino, fragoso y pesado en las peqúeñas y raras abras que encontrábamos, se tornaba casi impracticable bajo la copa de los grandes árboles que se erguían hasta el cielo, derramando profusamente cascadas de líquenes