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EN EL MAR AUSTRÁL

y tomando la cantimplora, que habla sido nuestra salvación, corrió en su auxilio, mientras nosotros preparábamos una fogata.

—Es preciso comér.—observó Smith yá más animado....—¿Qué vá á hacer uno?... ¡El mar puede más!

—¿Si?... Pero... ¿fuego... de dónde sacamos?

—¡Oh! ¡oh!.... ¿Vé?... Yo tengo este amuleto, que me ha salvado la vida cuatro veces.

Y sacándose del cuello una cadenita de oro, me mostró una caja que encerraba un yesquero completo:

—;Este me lo regaló mi padre.... y ha sido mi suerte siempre!

Reunidos los cinco y repuestos un tanto de nuestra extenuación, buscamos un socavón que se abría en la ladera de un peñasco escarpado y adonde evidentemente no llegaba el mar. Allí instalamos nuestro campamento provisorio, no léjos de un manantiál que goteaba incesante sobre una gran piedra cóncava, derramándose en un hilo transparente que se perdia entre las asperezas circunvecinas.