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CRÓQUIS FUEGUINOS

una ensenada—que destacaba sobre el mar una alta punta que parecía el comienzo de una sierra cuyas cumbres se veían en el horizonte, perdiéndose en las nubes.

El mar, aún agitado y blanco de espuma, seguía impertérrito golpeando la costa, á pesar de haber amainado el viento, y yo no encontraba sobre su vasta superficie ni un rastro que me indicara el punto donde se había efectuado la catástrofe.

Al fin, allá al pié de la alta punta, que se erguía sobre el mar, batida por las ólas, vi algo que desdecía del paisaje general que descubrían mis ojos,—eran dós bultos inmóviles, sobre la playa pedregosa.

Con qué ansiedad observé.

Me parecían dós hombres sentados uno frente á otro y solamente la idea de no estar sólo, me reanimó y eché á caminar hácia ellos.

Qué horrible angustia.... Qué cosa tremenda es la duda y cómo enerva y embota.

A medida que me acercaba. los detalles de nuestra desgracia horrible se presentaban pavorosos á mi espiritu, pero me alegraban, pareciéndome que no me hallaba tán sólo ni abandonado.

Del cútter no quedaba nada sobre el mar, pero en cambio la playa estaba sembrada con sus despojos, que yo fuí hallando en el largo trayecto, hasta percibir claramente los dós bultos inmóviles: eran Smith y La Avutarda.

Ya no tu ojos sinó para mirarlos á ellos, que, abstraídos, abatidos, no me veían, ni oían mis gritos.

Recién cuando estuve encima, cási, me sintieron y caminaron hácia mi en silencio.

Pálidos, desencajados, me abrazaron llorando.

Les pasé la cantimplora y un trago de guachacay los reanimó.