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EN EL MAR AUSTRÁL

víctimas que día á día hace el mar con sus riquezas tentadoras y codiciadas.

Todo ese día y el siguiente los pasamos desollando lobos y arrollando los cueros rellenos de sál y con el pellejo para afuera, continuando aún en la noche la penosa operación, alumbrados por la hoguera con que llamabamos al cútter y que al reflejarse sobre las ondas inquietas las teñían con colores de sangre.

Por fin vímos la vela en el horizonte, acercándose lentamente como una esperanza que se realiza y al caer la tarde marchábamos con rumbo á Lennox, llevando nuestra fortuna, apilada donde quiera que habia un lugar desocupado.

La carga era tremenda y el cútter por poco no desaparecía bajo las ólas enormes que nos azotaban.

— Si no hay tormenta esta noche,—exclamó Smith.,—que me desuellen! ... ¡Trés meses sin sudoeste y ahora se nos viene encima!...

Y recordando al pobre José Juan Castinheiras, que dormía el sueño eterno quién sabe en qué profundidades desconocidas, buscamos todos un reposo que bien habíamos menester.

No sé cuántas horas dormiría, solamente recuerdo que derrepente me despertaron unos golpes horribles que repercutían en mí como si yo los recibiese y las voces airadas de Matías, Smith y La Avutarda que dominaban el rechinamiento del maderámen, los rugidos del viento y del mar embravecido y hasta el estampido del oleaje que parecía rodar interminablemente en el oído y que estallaba de golpe, con notas intensas que sobrecogían el espíritu.

Intenté asomarme por la escotilla, pero estaba cerrada por fuera y tuve que contentarme con escuchar estremecido el ruido pavoroso de la tormenta, sin relámpagos ni