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CRÓQUIS FUEGUINOS

rocas planas unos trescientos lobos que gruñendo ó roncando, se oreaban tranquilamente, resaltando su pelaje moro sobre las piedras negras y brillantes.

A una vóz, atropellamos todos y la cumbre y el suave declive de la ladera cestanera se hicieron una verdadera confusión: cada uno cuidaba de sí y trataba de llenar su tarea sin mirar á sus compañeros.

Fué una cosa horrible.

Los lobos rodaban aquí hácia el mar mugiente á que los llevaba su instinto, muriendo sin alcanzarlo y obstruyendo las pequeñas tajaduras y los declives, mientras la sangre corría en hilos !obre la playa, destilando del áspero breñál; allá saltaban desde un picacho escarpado ó de un reborde atrevido y caían alzando una nube de agua que nos salpicaba ó se precipitaban en tropél por los surcos débilmente burilados por las ólas sobre la piedra viva, arrastrando guijarros y pedruzcos, cuyo ruído estruendoso se confundia con los gritos de los anfibios moribundos ó asustados, con el crujido del peñón azotado, con el rugido del mar, con el silbido estridente del sudoeste que se quebraba en las peñas ó sobre las ólas levantándolas y con nuestra respiración anhelante, pués, bajo la tensión de los nérvios y la fatiga consiguiente á la ruda tarea emocionante, parecía que el aire faltara á nuestros pulmones.

Un cuarto de hora á lo sumo duraría la bárbara escéna y sobre las piedras quedaban tendidos ciento cincuenta y ocho anfibios, que para nosotros representaban una fortuna y que eran el resultado de nuestro esfuerzo.

En cambio Catalena habla desaparecido: Calamar lo vió cuanda caía, empujado por la avalancha que se despeñaba y no pudo protegerlo.

Era uno más que iba á aumentar la larga lista de las