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EN EL MAR AUSTRÁL

— ¿En esta cueva estuvo la Araña también?— preguntó Calamar.

— No!... —replicó Smith.—Fué del otro lado....! Cuando recorrimos la roquería, después de la catástrofe, no hallamos ni una huella: parecía que no hubiera estado nádie.

1A cuántos les habrá sucedido iguál hasta hoy,— dijo Castinheiras con vóz sorda.—Aquí, en estos mares, muere uno peor que los lobos, pués no deja ni el cuero como recuerdo!

Antes de salir el sól, Calamar y Rodriguez salieron de la cueva y fueron á ponerse en observación. mientras nosotros, para matar el tiempo, recorríamos, alumbrándonos con un candil, las paredes sombrías del socavón buscando algún rastro de otros hombres que en él se hubieran guarecido. Nada encontramos: allí no habia más huellas que las del agua en las veces que lo inundaba.

Derrepente llegó Rodriguez: los lobos estaban afuera y parecía que en una tropilla de solteros, pués no habia crías y habían dejado un sólo centinela en el desfiladero por donde hicieron su ascensión á la playa. Habían dado muchas vueltas ántes de salir, pués parecía que desconfiaban, pero yá estaban dormidos.

Requerimos los garrotes, y yo, con el corazón palpitante, salí detrás de Smith.

Ibamos agazapándonos: Matías, que iba adelante, nos hizo señas de detenernos y alzando su palo lo dejó caér sobre un lobo que, dormitando á la entrada de una especie de despeñadero, por dónde habían trepado sus congéneres, no le había sentido llegar.

—A mál centinela, buena muerte!.... —murmuró Smith.

Y continuamos la marcha penosa, arrastrándonos cómo culebras.

Cuando subimos á la cima. habla diseminados sobre las