Página:En el Mar Austral - Fray Mocho - Jose Seferino Alvarez.pdf/226

Esta página no ha sido corregida

224

EN EL MAR AUSTRAL

mos á oir algo semejante á los mugidos de una torada ó al batido de un rodeo lejano.

—Oye,—me dijo Oscar,—són los lobos.... los primeros que oímos!

—¿Donde están?

—Hán de estar ahí en ese despeñadero, atrás de esa punta que vamos á doblar. Són lobos de un sólo pelo, que todavía no se utilizan, pero que ya se utilizarán: salen del mar y se extienden sobre las piedras, arriba de los desplayados que cáen hácia el agua y por los que ellos se dejan rodar á la menor señál de peligro.

Cuando doblamos la punta, vimos á lo léjos, como manchas sobre los peñascos negruzcos de la orilla, un centenar de anfibios de colores variados, que se recreaban al sól, lanzando el ronquido característico que había llamado nuestra atenciOn.

—¿Vés? ... -continuó Oscar.—Ahí tienes lobos verdaderos: són los de pelo médio obscuro. Esos más grandes, médio rojizos y que tienen melena, són los leones marinos, cuyos colmillos suelen ser pedazos de marfil ordinario que pesan hasta trés kilos cada uno. Las vacas marinas son esas blancas, negras, overas y coloradas, que abundan más_

—¿Y á estos lobos no los cazan?

—No!... El resultado es pobre; por eso hay tantos. Si se dejase trabajar el aceite, sería otra cosa: entónces valdría la pena. El cuero puede cómpetir con el vacuno para cualquiér uso industriál, siendo á veces más grande, y podría dejar unos cuantos pesos oro, los cuales unidos al precio del aceite y del marfil, compensarían cualquiér sacrificio.

—El cuero luego de curtido,—dijo Gin-Cocktail,—parece un marroquí grueso y es superior para hacer botas y ropa