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EN EL MAR AUSTRÁL

su pujanza con la vela remendada que embolsa el viento y cruje bajo su azote al dominarlo.

—¿Y estarán los muchachos, Matías?—observó Smith — Esos diablos no serán tan andarines como el jefe?

—No!.... seguramente están. El mejicano Rodriguez cuida una majadita del subdelegado chileno,—un argentino Balmaceda, que anda emigrado desde hace años por acá, debido á no sé qué asuntos políticos en San Juán, que es su tierra-y el otro Gin-Cocktail, es un nuevo que se le ha pegado con fuerza... Este es un muchacho que trabajaba en esas carretas de los ingleses, que llevan lana desde arriba del Coy-Ynlet y del Gallegos-Chico, á los puertos.... Cómo los carros esos han sido cambiados, según dicen, por unos carretones que se mueven á vapor y que se andan las cién leguas del camino de un tirón, él se quedó sin trabajo y se vino á buscar fortuna, corriendo' tierras.

—Es que seria una broma,—dijo La Avutarda,—que no pudiéramos cargar la leña en cuanto llegáramos... Yá saben que no es bueno quedarse mucho en Puerto Toro... Nunca falta un charlatán.

—Cuando yo salí, ya estaba la leña pronta... ¡Oh!.... de eso no hay cuidado: el mejicano es lobero viejo y sabe lo que eso vale. Véz pasada fué en una expedición en que no llevaron bastante ni bien seca y se tuvieron que aguantar trás días sin poderle hacer las señales al cútter que los llevó: cási se los comió el mar!.... Se salvaron porqué el cútter, viendo que no lo llamaban, se arriesgó y fué á vér lo que sucedía. Cuando llegó ya estaban sin comér ni bebér hacia día y médio, pués eran pobres y se habían ido con lo justo!

—Ahora la cosa es séria!.... Esas roquerias dónde vamos, són ricas pero inseguras. En cuanto hay mucha mar, adiós.... se tapan! Los fuegos los tenemos que comenzar