206
encontrando en nuestro camino, de vuelta, una majada de cabras perteneciente al campamento, que triscaba en la ladera de la loma.
—Veamos,—dijo Matías.... ¿Por qué no le llevaríamos leche á Dón Pepito? ¿No le vén desde aquí la jetita?... Cómo se saborearía!
Y esperando que nos alcanzaran Smith, el Vasco y Rana Blanca, que venían rezagados, pidió permiso para ordeñar y llenar de leche la cantimplora.
—¿Como no?...—dijo el Vasco.— Ahora verá lo qué són las cabras de los mineros de Barrilito!
Y apartándose un poco, habló en vascuence á un barbudo macho que le miraba desde léjos y que no tardó en venir á él seguido por todas sus compañeras. Desde ese día Dón Pepito tuvo siempre su ración de leche, pués ninguno iba a Barrilito sin recordarlo.
Llegados al cútter y mientras Oscar y La Nodriza daban la última mano á la cena, nosotros, sentados sobre cubierta, gozábamos mirando el mar y paladeando el viejo brandy que no salía á relucir sinó en las ocasiones muy sonadas, pués Smith le conservaba con religioso respeto:
—¿Quién descubrió este lavadero?... —preguntó La Avutarda.
—¡Oh!.... Me agarró una racha del este,—dijo el vasco Iturbe tranquilamente—y cási me desarboló; era en ese barquichuelo—y señaló la goletita que teníamos vecina.— De los cinco que veníamos, solamente quedamos dós. Estuve en el timón cinco horas y cuando largué la caña en esta caleta, tenía los dedos duros y estaba como agarrotado. Fué fuerte la cosa, pero nos sacó adelante la Señora del Pilár!.... Conforme vi la playa, dije aquí hay oro, y yá no sali más: lavando y lavando yá vén á dónde hemos ido á dar!