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EN EL MAR AUSTRÁL

encontrando en nuestro camino, de vuelta, una majada de cabras perteneciente al campamento, que triscaba en la ladera de la loma.

—Veamos,—dijo Matías.... ¿Por qué no le llevaríamos leche á Dón Pepito? ¿No le vén desde aquí la jetita?... Cómo se saborearía!

Y esperando que nos alcanzaran Smith, el Vasco y Rana Blanca, que venían rezagados, pidió permiso para ordeñar y llenar de leche la cantimplora.

—¿Como no?...—dijo el Vasco.— Ahora verá lo qué són las cabras de los mineros de Barrilito!

Y apartándose un poco, habló en vascuence á un barbudo macho que le miraba desde léjos y que no tardó en venir á él seguido por todas sus compañeras. Desde ese día Dón Pepito tuvo siempre su ración de leche, pués ninguno iba a Barrilito sin recordarlo.

Llegados al cútter y mientras Oscar y La Nodriza daban la última mano á la cena, nosotros, sentados sobre cubierta, gozábamos mirando el mar y paladeando el viejo brandy que no salía á relucir sinó en las ocasiones muy sonadas, pués Smith le conservaba con religioso respeto:

—¿Quién descubrió este lavadero?... —preguntó La Avutarda.

—¡Oh!.... Me agarró una racha del este,—dijo el vasco Iturbe tranquilamente—y cási me desarboló; era en ese barquichuelo—y señaló la goletita que teníamos vecina.— De los cinco que veníamos, solamente quedamos dós. Estuve en el timón cinco horas y cuando largué la caña en esta caleta, tenía los dedos duros y estaba como agarrotado. Fué fuerte la cosa, pero nos sacó adelante la Señora del Pilár!.... Conforme vi la playa, dije aquí hay oro, y yá no sali más: lavando y lavando yá vén á dónde hemos ido á dar!