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CRÓQUIS FUEGUINOS

mosa— un lobero de ocasión que había bajado á hacer leña —caminaba entre el pedregál, cuando derrepente tropezó en un canto rodado que le pareció de más peso que el que correspondía á su tamaño. Lo recogió y al restregarlo vió que era oro macizo.

Naturalmente, se llevó un susto tremendo. Se trataba de la pepita más grande que se ha hallado en el súr: trescientos setenta gramos que hoy están, como curiosidad, en poder del señor José Menendez, que los adquirió. La liebre estaba á punto y Matias nos lo indicó, y como notara que al abrirla le extraía del interior dós grandes guijas redondas, pregunté:

—¿Qué es eso?

—¿Crée que són adoquines de oro?... No tenga miedo! Es que yo aso á la moda ona, que Vd. talvéz no conoce: ahora verá cómo para este bicho no hay nada mejor; sale jugoso cómo un pastél...! Y es facilísimo: se caldean dós guijarros y se meten adentro, cerrando después la abertura. Luego... al rescoldo y con buen hambre, uno se chupa los dedos!

Y era verdad: esa mañana hice uno de los mejores almuerzos que les debe mi estómago á las costas australes.

— ¿Han hecho cateos en el pedregál?—preguntó Smith a Rana Blanca como al descuido y cuando yá la cantimplora de brandy que traía yo en bandolera, estaba acostada en el suelo.

—¡Yá lo creo!.... La sirca no está léjos, pero es pobrísima....

—¿Y cerca del mar?

—También hemos abierto pozos. La sirca está muy abajo y el agua de beber queda retirada. Sin embargo, los ensayos no fueron malos.

Prévios mútuos ofrecimientos, regresamos á la costa,