toalla que poseía estaba consagrada á Dón Pepito y aún cuando él carecia de camisas, el niño tenía las necesarias.
El viento norte habla sido substituido por un sud-oeste suave que aprovechamos bastante bien: el oleaje corría sobre la costa acantilada y nosotros veíamos cómo la bruñía, trazando sobre ella una linea de espuma amarillosa que iba adhiriéndose cada véz más arriba y cada véz más neta y acusada.
— Aquella debe ser la caleta,—dijo Smith, que manejaba la vela, mostrándole á Catalena, que iba en el timón, una resquebrajadura en cuyo fondo se veía una gran playa cubierta de guijarros, cuyo limite se perdía en el interior.
—Es seguro. —afirmó Calamar... Allá á la derecha, hay una ensenadita con dós barquichuelos.
Pusimos rumbo á ellos y pronto estuvimos á su costado, siendo recibidos por un negro malhumorado que, no obstante, se dulcificó cuando Smith le ofreció en inglés, con toda cortesía, un vasito de snáp.
— Aquí no ván a poder bajar!... Se ha resuelto no dejar llegar a nadie!
—¿Quién manda el campamento?
—Hay trés grupos: uno es del vasco Iturbe, otro de Rana Blanca y el otro de un tál Van Filder... un nuevo.
—¿Y para qué lado e~t'n trabajando?
—Allá adentro, atrás de la playa: en el repecho de la loma está el campamento y abajo, en una hondonada cerca del arroyo, el lavadero.
Capitaneados por Smith y armados con nuestros winchester, como si fuéramos de caza, marchamos La Avutarda, Calamar, Matías, Catalena y yo, quedándose abordo Oscar y La Nodriza.
Hacía media hora que caminábamos por entre un pedregál que nos destrozaba los piés y nos hacia sudar, tál era