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CRÓQUIS FUEGUINOS

Vd. se ha criado hasta la edad que tiene. Fíjese bién y no lo olvide... el hombre nunca debe olvidar su cuna.

Y el niño, como si se diera cuenta de lo que le decían, dejaba errar la mirada suave de sus ojos azules sobre la costa triste y melancólica, donde los lavadores apiñados saludaban nuestra partida.

Luego se volvió hácia La Avutarda y entreabriendo su boquita rosada, en que yá lucían su blancura inmaculada dós dientitos nacientes, golpeó la tapa de la camareta, que tenía á su alcance y lanzó una frase inarticulada que nosotros tradujimos al instante: seguramante era un enérgico pedido de comida.

— Vá, señor —replicó La Avutarda, imitando el tono de los mozos de fonda— alcanzándole un pedazo de galleta, de vários que en un jarro se remojaban al alcance de su mano y que él tomó con viva satisracción.— Es á cuenta no más, señor!

La Nodriza extendió un cuero junto á la borda, le acostó con la cabeza sobre una bolsa de ropa y al aire las piernas regordetas y blancas, y luego, clavando su mirada en la costa que se alejaba, se quedó pensativo, mientras el chiquilin, en su jerigonza naturál, comenzaba un monólogo interminable, tratando de hincarle el colmillo al manjár que se le brindara.

Bajé á la camareta y cuando subí encontré que Oscar y Matias, acurrucados al lado del niño,— que estaba sentado entre un montón de bolsas vacías con las cuales le habian hecho como un colchón,— se recreaban viéndole saborear un platito de sopas que La Avutarda, delicadamente, le brindaba, mientras Castinheiras, Smith y La Nodriza apuraban una botella de snáp, bajo las miradas de Calamar, que manejando el timón y la vela, tenia tiempo para seguir con la vista los movimientos del niño que se saboreaba, son-