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CRÓQUIS FUEGUINOS
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á alzarse hasta la cima, pero que vienen arrolladoras y mansas, á deponer dulcemente sobre la orilla su ofrenda misteriosa y á entonar su himno de sumisión, acompañado por el monótono cantar del guíjarrál en su erteno vaivén sobre la playa.

Y mientras yo contemplo el hermoso panorama y miro con curiosidad las carpas miserables de los mineros, allá en lo alto, Oscar, Matias y Calamar, que habian alcanzado la playa en el chinchorro, trepaban penosamente la escalera tallada en la barranca arcillosa.

A poco regresaron decepcionados y trayendo consigo al señor JoSé Juán Castinheiras, compadre de Calamar, conocido en los lavaderos con el nombre de Catalena: nádie mejor que él, que iba á ser nuestro sócio en la caza de lobos y que estaba en el campamento hácia diéz meses, podía dar datos y noticias á propósito del lavadero y de las esperanzas que uno pudiera fundar en él.

Era Catalena un individuo alto, delgado, en cuya cara, flanqueada por patillas lacias y canosas, campeaban dós ojitos penetrantes y vivos, que parecian espiarse por sobre la nariz fina y afilada, siendo la característica de su fisonomía expresiva y movible.

El campamento, como podíamos verlo desde el cútter, se componía únicamente de una quincena de carpas miserables. divididas en trés grupos, de los cuales ninguno era propiamente de mineros: uno lo dirigía el griego Ostránides y era, como siempre sucedía con los que éste capitaneaba, una asamblea de haraganes y borrachos insensibles, otro era de los amigos del Oso Blanco y lo componían unos cuantos descamisados de esos que lavan oro con las cartas, y el otro, al que él estaba agregado, no tenía jefe y lo formaban los habitantes fijos de Slóggett, apoderados de una casa en ruinas, levantada en otro tiempo por una empresa