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EN EL MAR AUSTRÁL

— Ahora es un oficio cazar naufragios,hombre! —decía Matías.— Hasta los indios trabajan en eso yá!... Miren: los loberos se ván á los arrecifes de altá de Vollaston y del Cabo de Hornos, á la Bahía de Nassau ó de Tekenicka y esperan los barcos de vela que capean algún temporál ó luchan con las corrientes en las calmas chichas que són propias de la región, con ánimo de subir al norte y les empiezan á hacer señales de humo, como acostumbran las tripulaciones perdidas ó como de faros, si llevan á bordo los médios. Naturalmente, cuentan de antemano con que barco que ha caído por ahí, no vá, seguramente, en poder de buen capitán, y tanto hacen, hasta que logran extraviarlo y perderlo. A la salida del Estrecho no más, ahí cerquita de la costa, se han hecho robos ya...

— Había oído decir, pero no creía... — dijo Oscar.

— ¡Báh! ... ¿Y de dónde sale entónces tanta mercadería fina y barata como se halla aquí en los canales?... Se venden tiradas las cosas! Bueno!... Es la piratería que trabaja. Yá verán, acuérdense de lo que les digo: esto vá á ser pronto peor que el país malayo!... Nadie lo dice porque no conviene, pero es la verdad!... Yo lo digo aquí, porque estamos en familia, dijera el venerable Stortson, de Punta Arenas.

— ¿Y se conoce á los que andan en eso?

— Claro! ... Hace poco no más que Veintidós, aquél griego o herzegovino que trajo el finado Popper y que después se le alzó de Slóggett con el santo y la limosna, como dicen, salvó un buque náufrago en los islotes de Wollaston: era, á lo que parece, una goleta holandesa que venía con cargamento generál para Santiago y la hicieron encallar como á trés millas de la costa. Sacada la tripulación á tierra, comenzaron ellos á operar el salvataje con trés barquitos y consiguieron todo lo más valioso, escondiéndolo en unas