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— ¡Oh! ¡Oh!... Y conozco — dijo éste — Catalena con la faca en la mano es hombre de cincuenta cueritos diarios: yo lo hé visto!
En este momento Matias se puso de pié y llevándose sobre los ojos, á modo de pantalla, una de sus enormes manos peludas, sonrió con aire bonachón, se levantó el gorro de la frente —descubriendo un chirlo rojo que cási le dividía el cráneo y que yo ni ninguno de los de abordo le habíamos notado— y exclamó:
— Allá está la caleta del Burro!... Caramba!... No he perdido el ojo todavía! ... Ahí hán poblado una estancia y puesto una pulperia que se llama La Primera Argentina: yo creo, sin embargo, que es más bien la última! ¿Saben quiénes són los que la visitan de preferencia? ... los cazadores de naufragios!
— :Tenemos que llegar allí, —observó Smith... —¿Dónde está?
— Alla, atrás de a'quel acantilado que sale sobre el mar: ese es el Infiernillo. Arriba hay unos chorros de agua caliente y otros que tienen olor á azufre y á huevo podrido, que se siente de léjos: són iguales á esos chorrillos que háy en Ushuwáia, pero más grandes!... ¡Vean!... Háy un cútter que vá saliendo de la caleta ... ¿Lo vén?
Y todos miraron y todos vieron, ménos yo, que me quedé admirando cómo se desarrolla la vista y el oído en estos hombres de mar: esos órganos llegan en ellos á un perfeccionamiento maravilloso.
— Sabes, Matías, que te han becho una buena melladura...? Esa por poco te desarbola!
— ¡Ah! ... ¡Si!. .. Tiene trés meses: recién se está curando!
— ¿Cuando yo te vi no la tenías?
— No!... Si ha sido en este viaje de que vuelvo!... Fué una desbarrancada en los montes de adentro: en la otra falda de la cordillera. Ibamos arreando unas ovejas saca-