184
llango de guanaco— nos encaminamos al cútter, haciéndonos á la vela.
— ¿Y qué hacías en Harberton, Matias?
— ¡De paso!... Venía á esperar algún cútter que me llevara á Puerto Toro... Como sabia que irían Vds. por allá y se quedaban los muchachos...
— Eso si; no digo que no...! Lo que quería saber es en qué andabas por aquí?
— ¡Vaya, hombre! Andaba con unos onas parientes de mi mujer!.... Hemos pegado una vuelta grande: venimos cási desde Sán Sebastián, por adentro.
— ¿Y qué han hallado?
— ¡Nada!... ¿Qué vamos á hallar?
— ¡Ah! ¡Ah! —interrumpió Oscar— ¿no diste con el carbón de piedra, entonces?
— ¡Está lindo... ! ¿Hasta eso saben?
— ¡Hombre....! Una noche, en Malvinas, en la grasería de Robertson, donde yo trabajaba, me dijiste que te ibas á casar con una india ona y después á buscar en el interior una mina de carbón que los indios debían conocer porqué hablaban de «una piedra de quemar...»
— ¡Bueno...! Me casé... y me ha ido mál... ! No he encontrado nada hasta ahora.... Yo creo que aquí, fuera del carbón que han hallado en Slóggett, no hay más... ! Si hay, han de estar las vetas muy abajo, quizás en el fondo del mar!
— ¿Y... ? Matias, ¿te irás á lobear con nosotros? —preguntó Smith.
— ¿Cómo no ... ? En Puerto Toro me esperan dós de los muchachos: Antonio Rodríguez, el mejicano y Gin-Cocktail, un nuevo de estas canchas... Me parece que debemos llevarlos, si vamos á ir léjos.... ! Nueve hombres no es nada,