dejará ni las alas del galerín!... ¡Vamos; diga derechamente si toma ó nó parte en la empresa y basta de charla!
— ¡Vea...! ¿Cómo le dicen á Vd?
— ¿Quiénes?
— ¡Digo! ... ¿Cómo le conocen á Vd... cómo fe llaman?
— ¡Ah!... ¿Mi nombre.... ¡Como quiera no más! ¡Cachalote, si le gusta!
— ¡Bueno!... ¡Vea, señor Cachalote, y quiero ir algo en la empresa... á mi me gusta: con franqueza!.... ¿Sabe?.... Lo único que hay, es que estoy pobre y que el cútter vá á consumir todo lo que tengo.... ¿comprende? ¡Bueno!... Vea, pués, que no puedo arriesgarme entónces, así no más, de palabra, sin una garantía! ¡Mire; consultemos á ese hombre que está ahí y que nos mira con cara de juez: verá, él me vá á dar la razón...! ¡Negocio sin garantía no es negocio, don Cachalote... ¡por la Madonna!
Y sin más trámite el titulado D. Cayetano me saludó y me hizo señas de que me acercara á su mesa, aún cuando sin ofrecerme una copa de snáp, como su compañero, que salvó la omisión con toda cortesanía.
— ¿No le parece, señor, que lo que digo es justo — me dijo con el acento más calabrescamente español que encontró en su repertorio.— ¿Cómo quiere que éntre en un asunto como ese, sin una garantia?
—Veamos — repuse, luego de beber mi snáp, que me supo á gloria, pués el airecito de la mañana, al colarse por entre las rendijas de las paredes de tabla que formaban la sala de El Diluvio helaba hasta las palabras— no sé de lo que se trata.
— Vea —me dijo el inglés en su españól chapurreado dedicándome una de sus habituales sonrisas, que le llevó las comisuras de los lábios casi hasta reunirse en el occipucio— este señor, ahí donde usted lo vé, con ese sombre-