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EN EL MAR AUSTRÁL

que venda tabaco ni bebidás. Y buenos gramos de oro pierde con eso!...

— Bebida no vende todavia, —añadió La Avutarda,— pero tabaco si: es negocio del hijo, que no tiene la misma religión del padre... Vea la vueltita que le han encontrado ¿eh? —La última véz que pasé me encontré con esta novedad y el hijo me contó que á duras penas habia conseguido del viejo que e permitiera tener tabaco en el almacén: de bebidas no quería ni que le hablaran. ¿Qué dirían en Lóndres sus consócios de la Sociedad de Temperancia?

— Pero él yá no es más misionero, —repuso Smith.— á qué guardará esos miramientos?... Ahora es estanciero y argentino... yA no es ni inglés siquiera!

Un coro de rebuznos llegó a mis oídos, ensordeciéndome: era una manada de burros cantores, indudablemente.

— ¿Qué es eso? —exclamé agarrándome la cabeza, asombrado de tanta desafinación y desconcierto.

— No crea que está en ningún teatro, —replicó Calamar sonriendo. Es que hay asamblea de pengünes; visita de bandada á bandada!

Y me señaló en una escotadura de la playa más de seiscientas de estas áves, agregando:

— Ahora hay discursos para una hora: es un gran parlamento que se reune ó una visita de etiqueta. Cada bandada trae sus oradores, que són los que chillan á disputa.

Entonces me contó todo lo que sabia con respecto al curioso habitante de las costas fueguinas.

Conocía trés clases: el pengüin común, que era el que teníamos por delante, peculiar de esta región y de las tierras antárticas, pués se le habia encontrado en abundancia en las Shetland del Súr, en Nueva Georgia y en el litoral de Graham; el sháag de aquí, que no es sinó el jackars