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EN EL MAR AUSTRÁL

— ¿Y para que?.... ¿Anda por colonizar ó vá á fundar algún diario?....

— ¡Para conocerla no más, señor gobernador.... ¡Puede ser que algún día eso sirva!

— Yá lo creo, amigo, que ha de servir.... Vea, almacenero, todavía hay gente que se ocupa de la patria!.... No hombre: las cosas no están tán perdidas, que diablos!.... Bueno, amigo, si lo puedo servir en algo vaya por la gobernación no más!.... No crea por esto que me engaña: sé que són loberos, pero siquiera són criollos y serán útiles!

— Mil gracias señor gobernador.... V. E. puede también ocuparnos si algo se le ofrece!

— ¿Cómo no?.... Vea: ¿Vds. ván á Navarino, no?

— Si, señor.

— ¡Bueno!.... Júntenme muestras de piedras, de tierra, de maderas, de pastos, de todo lo que hallen! Es para mandar al Museo de La Plata, que me ha pedido colecciones.... ¿Sabe escribir Vd.?

— Si, señor.

— Perfectamente!.... Apunte entónces en un papél cómo es el paraje de donde sacan las muestras, si es alto ó bajo, si hay agua dulce, en fin, noticias minuciosas y exactas.... Pancho Moreno, otro maniático, y yo, se los vamos á agradecer.

Nos despedimos del gobernador, que se quedó sobre su curioso asiento, mirando al mar y tarareando entredientes un trozo de la «Fuerza del destino», y cuando nos separamos lo bastante, dijo el consignatario:

— ¿No vén?.... Eso es el gobernador: una buena alma. En cuanto le hablé del trigo ya cambió y lo mismo fué con Vds.... Lo que le preocupa sobre, todo, hasta más que el broma que le come las maestras, es hacer conocer