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EN EL MAR AUSTRÁL

costas, caballos, para la policía y... nada!... Siendo cosa de ponerlo en movimiento; no le largan!....

El día ménos pensado lo yan i hacer saltar y esto se va á volver una torre de Babél .. A mí me ha clavado lindo.... fui muy pavo!.... ¿Mire, la ladera de ese cerro, ahí á la entrada de esa quebrada? ¿Vé como están blanqueando los postes tirados?... Bueno: són mios ... Un día vino de Buenos Aires y nos dijo que el gobierno nos iba á comprar madera para el puerto de Bahía Blanca, que cortáramos y la ofreciéramos barata, que era obra de patriotismo y qué sé yo... ! Metí cuatro mil pesos y ofrecí á cinco centavos el pié. ¡Ahí están tirados... ! El gobierno la compró á quince ó veinte á otros .... y nos reventó á nosotros! ...

— ¿Y el gobernadór qué hizo?

— Nada! Echar maldiciones y gritar.... pero con eso ¿qué hacíamos nosotros?.. Otro día vino y me metió en la cábeza que fundara una fábrica para conservar mejillones: la fundé y comencé á mandar la mercadería á Buenos Aires con un éxito expléndido. Estaba contentísimo y se vendía como pán... Un buen día tiene el Gobernador no sé qué agarrada con los comandantes de los transportes y estos, por reventarlo á él, me reventaron á mí. No querían llevar mi carga y gritaban en todas partes que la fábrica era del Gobernador. ¡Vea!.... ¡No es cuento!.... Allá, en aquella lomita, junto al mar, se vé la galponada abando­nada. ¿Sabe cuánto me cuesta la jaranita? ¡Diéz mil buenos y morrocotudos pesos! ¡Aquí, amigo, se hacen verdaderos crímenes!....

Como nos encamináramos al embarcadero para ir al cútter y vér la carga, á objeto de arreglar lo necesario para el desembarque en la madrugada, tropezamos derrepente con un hombre que estaba sentado sobre uno de esos lindos postes de fierro, pintados de rojo, que la Adminis-