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EN EL MAR AUSTRÁL

queño móstrador, sacudiendo el frente del anaquél cargado de botellas con inscripciones en inglés —indicadoras de que si el cogñác, el róm, el whisky y el snáp que contenían no era legitimo, por lo menos era viejo— y escuchaba, llevando el compás con el pié, una habanera que brotaba del teclado de un piano acatarrado, bajo los dedos del patrón —un gallego minúsculo, de gran cabeza cuadrada, que tenia cierta semejanza con los tapones de soda-water que rodaban por el suelo.

Estaba en uno de esas momentos en que uno á fuerza de pensar no piensa en nada, y como única solución á mi situación embarazosa, se presentaba al espíritu atribulado la idea del suicidio.

La cosa se arregla fácilmente, me decía. Camino hasta allí, bajo por esa escotadura y llego al mar. Si me conviene, sigo hasta la punta del muelle, me páro al lado de aquel poste blanco y en el momento en que venga á romper una de esas ólas grandes que truenan, ¡zás! me zambullo y .... abúr Perico ....! me voy con ella....! También puedo caminar —si no me conviene el muelle por ser tán alto y estar tán á la vista— hasta aquellas piedras negras que baña el agua y donde el mar rompe con fúria: espero una óla grande y me lanzo ... ¡Qué diablos! .... ¡Todo es cuestión de un minuto!

Aquí llegaba de mis reflexiones y ya se acercaba el momento de levantarme y elegir el punto más aparente para la catástrofe de mi vida, cuando llamó mi atención un diálogo medio en inglés y medio en italiano y español sostenido por dos individuos que no habia visto entrar y que estaban sentados en una mesa hácia mi derecha.

El que hablaba inglés, era un tipo de marinero muy pronunciado y yo lo veía con su pipa humeante entre los dientes y una sonrisa que nunca se borraba del todo de su