americano!... ¿Qué aviso eh?.. ¡Eso no lo podrá decir nadie!... —exclamó Smith.
— ¿No es verdad? —dijo monsieur Piccard complacido— ¿Quién me arrebatará esa gloria?
Y como se detuviera en sus paseos, disponiéndose á tender la mesa en que íbamos á comer, le dije:
— ¿Y el señor Tomás, dice ustéd que no tiene lengua?
— Eso he dicho, mi jóven y apreciado amigo: no tiene lengna!. ... Ignoro si se la cortaron los loberos al abandonarlo en Lennox ó si la perdi6 ántes, pero de que carece de ella. no me cabe duda.
Y el señor Tomás, que evidentemente era huraño, no aportó más por la sala hasta el momento en que, terminada la cena, nos despedimos de monsieur Piccard para ir á dormir al cútter, pués Smith quería aprovechar la luna, que salia yá muy tarde, para seguir nuestro viaje interrumpido.
Su adiós se limitó como á la llegada, á un simple gruñido que contrastó de una manera extraña con la obsequiosidad y fineza de su asociado, quién con toda prosopopeya nos acompañó hasta el embarcadero, deseándonos feliz viaje, pronto regreso y discreción absoluta respecto á sus descubrimientos.