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CRÓQUIS FUEGUINOS

tero!... Me digeron véz pasada que el gallego ese, no era mudo, sinó que tenía la mania de no hablar.

— Esos fueron juntos á Cabo de Hornos: es lo único que yo sé. A mí me lo dijo mi compadre Dón Queco que anduvo con ellos y los abandonó no recuerdo donde.

En este momento, Chieshcálan que iba á proa, se puso de pié y cómo pasáramos frente á una isla chica pero muy alta y boscosa, se llevó las manos á ambos lados de la boca, como para formar una bocina, lanzando un grito estridente que parecía el toque de un clarin.

Trés veces repitió su grito, que repercutió en todos los ámbitos de una manera extraña y cuando yá el éco debilitándose, no llegaba á nosotros, nos hirió el oído otra nota aguda que partía de la isla y vimos, en un repliegue de la costa, una canoa con un remero, que trataba de salirnos al paso.

— Es mi lío que vuelve de algún viaje, —dijo Chieshcálan en su média lengua y á modo de explicación. Viene con mi tia Achupana, que es un buen remo. — Mi tío es yecamúsh, médico, y me crió á mi. Su casa es allí, en aquella punta.

Y á medida que la canoa se acercaba, deslizándose sobre la superficie tersa del canál, que en ese momento parecía un espejo, yo la estudiaba en todos sus detalles, así como á los tripulantes que eran trés y que completaban su fisonomía especiál: la mujer, que venía al remo, no era vieja pero lo parecía, aún cuando no tuviera una cana; el hombre, un anciano de cabeza casi mora y erizada, que hacía un contraste singular con su rostro cobrizo —más bién negro— cruzado de arrugas profundas que tenían algo de un fantástico tatuaje y el niño, también cobrizo, pero casi lívido, cubierto por una larga chapona de marinero, que llevaba arremangada. Parado en la proa. con un arco en la ma-