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EN EL MAR AUSTRÁL

— Y en este caso, —dijo Kasimerich;— nada se pierde tampoco. El finado era un bandido completo, cuya vida tenía tantas fechorías como minutos: era asesino, incendiario, ladrón, pendenciero. borracho y el diablo!

Chieshcálan concluyó la operación en que estaba ocupado, se puso de pié, pidió trés botellas de guachacay y seguido de las chinas escoltadas por los perros y de una mirada de Kasimerich, cuyos ojos le brillaban bajo las cejas erizadas, tomó camino del mar, silenciosamente.

— ¿Las autoridades, entonces, ni se ocupan de estas cosas?

— ¡Qué se ván á ocupar, hombre!... Bueno fuera! Estos buques que andan aquí en los canales hacen policía solamente de nombre. Su misión es proteger náufragos, si los hay, pero como éstos no abundan, vigilan, en los ratos de ócio, que nádie lave arenas ó mate lobos.... sin dejar buena parte en la bodega, ni se establezca en parte alguna sin entenderse con la autoridad. Pobre del que lo haga... ¡Ya verá cuantas són cinco!

— ¿Pero no són buques de guerra chilenos?

— ¿Y de ahí?...• Lo mismo los chilenos que los argentinos.... són de guerra á los efectos del pito al ponerse el sol y del gallardete y la banderita, pero respecto al orito, los cueros y cualquiér cosita que valga plata, són otra cosa.... Hacen su negocio como pueden... á eso vienen aquí! ... ¿Crée que á un jefe ó á un oficiál, le vá á convenir llevar de balde una vida de perros como la que se pasa acá? Más cómodo es quedarse en Santiago ó en Buenos Aires, ganándose los grados de pico. Vienen á ganar plata y nada más y lo hacen hasta que el whisky y el brandy les consumen todo lo que sacan y les tiran por ahí, hechos un andrajo. Esta región se venga de una manera terrible. ¡Las angustias de los loberos, su sudor, es venenoso!... Esto es una mina para los sinvergüenzas y un tormento