XIX.
Linterna mágica
Amarrado el bote, que estaba vacío, —pués no podía llamarse carga al barril del agua, á un pár de baldes, trés carabinas Winchester, una olla, una pava, algunos trozos de leña y atados de cachiyuyo seco— bajaron á tierra los tripulantes, conduciendo sobre una parihuela, hecha con los remos, al esperado Rinck-rinck.
Cuando se unieron á nosotros, dejaron su carga y dirigiéndose á Kasimerich, dijo el enfermo que parecía no habernos notado:
— ¿Cómo te vá viejo amigo?.. Esta véz no vengo á tu casa, sinó que me traen los compañeros!... Aquí me tienes con las piernas quebradas! ... Me despeñé y quién sabe cuando volveré á levantarme!
— No ha de ser tanto O'Neild... ! Yá sabes que aquí estás en tu casa y entre los tuyos. ¿No vés los amigos que te reciben?
O'Neild alzó su gorra, que cási le cubría el rostro, se incorporó y dando vuelta la cabeza, miró hácia donde estabamos nosotros, lanzando un grito, mientras Smith y Oscar corrían á abrazarle.