hombres eran la efigie de Adan, vagando multiplicada en los canales fueguinos:
— Hombre, —dijo Kasimerich,— no puedo saber qué demonios serán esos!
— Más flacos de lo que están es imposible. Ni fuerzas para remar tienen. Le apuesto á que són lavadores... Fíjese lo que traen allá, á popa!
Y recién notamos un sexto tripulante que tendido sobre un encerado y como muerto, venia inmóvil.
Derrepente Kasimerich se golpeó la frente y exclamó:
— ¡Claro!... Són lavadores, pero no de Slóggett, sinó unos cateadores que hace seis meses fueron a recorrer Darwin!... No había caido en la cosa!... Es el capitán Cebolla, Peters O'Neild que viene enfermo.
— O'Neild?... —preguntó Oscar.— Smith, sabes quién es el que viene?... Peters O'Neild es... Rinck-rinck!
— ¡Vaya.... Vaya!.... Entónces vamos á recibirle como se merece!... Rinck-rinck es un alma de hombre!
Y al encaminarnos apresuradamente á la playa, donde yá atracaba el bote, noté que Smith, haciendo su mueca característica de cuando estaba emocionado, se quitaba la pipa de la boca y la guardaba en su bolsillo, con el aire de quien realiza un acto trascendentál de esos que no són comunes en la vida.