XVII.
A favor de la corriente
Cuando me desperté al día siguiente, navegábamos yá en pleno mar y á mí me pareció que nos hallábamos allá, frenté á Brecknok, tál era la desolación de las costas que veía á lo lejos y de los islotes coronados de espuma que parecían cerrarnos el paso.
Corríamos un largo en una bahía cási redonda, circundada de montañas y glaciéres y llevábamos la proa hácia una isla grande que se divisaba confusamente en el horizonte y que La Avutarda, tendido á popa remendando el velacho, me señaló diciendo:
— ¿Vés aquella mancha negra, arriba, cási en el horizonte?... Ese es el reino de Kasimerich, un paisano mío que vive con cinco indias, entregado al goce supremo de haraganear.
— ¿Y de qué vive?
— De lo que puede: negocia algunos cueros de nútria y de lobo, vende remos fabricados por él y también ropas y bebidas. Es un tipo originál: luego lo que lleguemos le