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CRÓQUIS FUEGUINOS

en la Sierra de la Ventana. Me dijeron que allí llegaban muy flacas á principios del invierno y que conforme se acercaba el verano comenzaban A volar hácia el súr. Estos diablos se ván á invernar y vuelven gorditas á pasar el verano en amores! Los batitús, los chorlos y las becacinas, que acá abundan también, las acampanan siempre en los viajes, así como los patos reales. Algunos que los han visto haciendo la travesía, adirman que vuelan en bandadas tán grandes que obscurecen el sol. Aquí, en habiendo monte, al hombre no le falta qué comer; ¿mire que hay áves, eh?

— Yá lo creo, — dijo Calamar.— Y eso sin contar las águilas, los halcones y los buitres que vienen á llenarse el buche con zorzales, chingolos, cardenales y calándrias.

— Han estado alguna véz en la Isla Toba, esa que queda por allá, cerca del golfo San Jorge? preguntó Oscar.

— Yo hé estado,— dijo La Avutarda.

— ¿Hás visto los caranchos como són?

— Si: són blancos.

— ¿Qué cosa rara eh? ... En ninguna otra parte hay caranchos de ese color: A lo menos yo no he visto!

Toda esa tarde navegamos entre bosques enormes, donde hoy no se oye más ruído que el martilleo de los carpinteros horadando con sus picos agudos los troncos de las hayas seculares, el chillido de los loros y el silbido de los cardenales, que se asientan en bandadas inquietas sobre los árboles pequeños en los claros del monte y pensaba entre tanto, en el día, no lejano talvéz, en que aquella riqueza exuberante llame la atención del capitál — el diós moderno— que con su varita mágica todo lo transforma.