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EN EL MAR AUSTRÁL

— ¡Claro! —dijo La Avutarda...— ¿Porqué no cuentas que hás estado dós veces en tu tierra y que te dabas aires de príncipe y te gastaste en un año lo que no habías gastado en tu vida?

— ¡Gran cosa!... Eso fué cuando...

— ¡Sería cuando quieras, pero fué! Lo que hay, hijo, ¿sabe qué es?... ¡Que somos loberos, que no tenemos pátria, religión, ni familia!...

— Alto ahí, —gruñó Oscar.— Smith tiene ocho familias.

— ¡Yá lo creo! —replicó el aludido— y todavía me parece poco. Yo tengo temperamento matrimonial; lo que me falta es constancia, un pedacito chiquito de constancia: esto mismo me decia el Sr Keen en Buenos Aires, cuando me tuvo de mayordomo en su estancia del Salado.

— Bueno, —prosiguió la Avutarda,— nosotros somos loberos de raza, hemos nacido aventureros, andariegos, y no nos pararemos sinó para morir: esta es la verdad. Uno de nosotros está dós ó trés años en el desierto, en el polo ó en el diablo, gana un centenar ó un millar de libras y se vá á un puerto —el primero que halla— y no sale más hasta que se le acaban. Eso es todo. A nosotros nos falta freno; personificamos el libre albedrío y marchamos en la vida empujados por nuestras pasiones exclusivamente. Smith, por ejemplo, se llena de plata en un viaje y se vá ál oriente á arrendar un harém en una barbaridad y á quedar á los seis meses vestido de turco,. pero sin un chelín: yo lavo oro por ocho ó diéz mil pesos y voy á Punta Arenas y lo juego al monte en una hora; Calamar gana una fortuna recogiendo de á un centavo en todos los pueblos del orbe y luego se vá á Portugál y los gasta en hacerse llamar señoría y en chupar botellas de oporto con el retrato de su rey Dom Luis; Oscar corre bordadas en todos los mares, trabaja en el ecudór, pesca bacalao y ballenas,