Dos horas hacía que trabajaban los remos y los bicheros, cuando el sól nubló nuestra vista mostrándose derrepente á lo léjos.
— ¡Vaya', hombre!... Se nos acaba el tubo á lo que parece!
Y trás un esfuerzo vigoroso, salimos á una gran cancha formada por las paredes que habíamos venido costeando y que, al abrirse, perdían su aspecto desolado y se convertían en una série de colinas y cerrillos cubiertos de arboles, que bajaban hácia el agua en pendiente suave, mostrando aquí y allá barrancas chaflanadas que estaban indicando desembarcaderos.
— Atraquemos por ahí, hombre, y descansemos, —dijo Smith— nos hemos ganado el dia.
— A fé de Calamar: una botella de old brandy, viejo capitán, está indicada, como decía aquel Dr. Roberto que nos curó del escorbuto en el Mar de China, ¿te acuerdas?
— ¡Yá lo creo! Fragata «Santandñer» capitán Olazaguieta, álias Mascarón! Esperemos un poco y daremos fondo en aquella punta arbolada que se vé á la derecha.
Aprovechando la oportunidad que se presentaba para hacer hablar á Calamar, exclamé:
— ¿Pero cómo diablos se explica que Vds. andando lo que han andado en mar y tierra, no sean ricos todavía?
— ¡Ahí tienes, pués! —repuso Calamar,— como lo esperaba. ¡Eso mismo digo yo! Vé, yo soy viejo yá 1naci el año 50— y corro el mundo desde los catorce, en que entré como grumete abordo de la «Spaniard»: he lavado arena aurífera por toneladas, he muerto lobos, he pescado ballenas, he cazado g:uanacos y avestruces en Patagonia, he sido tropero en el súr de Buenos Aires, donde encontré á La Avutarda trabajando con máquinas de matar vizcachas, en fin, he hecho de todo, hé ganado plata á montones y no tengo un peso.