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V
J. M. J.


De no haber desaparecido todo sentimiento caritativo para con este pobre ministro del Señor, que no había causado mal á nadie, no se me habría echado de la casa hasta un mes más tarde, en que, al salir los marqueses para Panticosa ó Comillas, solía irme también á un rincón de la montaña. Al pasar la puerta podía habérseme cerrado honestamente con cualquier motivo, sin entregarme atado é indefenso á la horrible voracidad de las malas lenguas y á las suposiciones siempre malévolas, y á menudo groseras, cuando de explicar una caida se trata. Mas, del propio modo que no se había tenido oídos para escucharme, ni piedad ni corazón al condenarme, no cabia esperar ni tener prudencia al aplicarme el castigo. ¿Acaso no estaba resuelta ya mi salida de la casa? ¿No habían de desaparecer de allí hasta las huellas de mi paso? Pues, vaya fuera quien cause estorbo; pronto, pronto; ahora mismo: mañana ¡líbrenos Dios! podría rehabilitarse y arraigar de nuevo. ¿No se ofrecerá, para realizarlo sin escándalo, ocasión propicia? Buena ó mala, se presentó, y si para mí tuvieron oídos de mercader, la ocasión no les encontró perezosos.
El señor Obispo de Vich había sido nombrado presidente de los Juegos Florales, y entre los que presurosos acudieron á votarle no faltaba, y bien acompañado por cierto, este su humilde capellán. Terminada la fiesta poética, fué invitado á comer en la casa López, en compañía del capoulié del filibrige D. Félix Gras. ¡Malos postres tuve! Después de dar gracias, muy llana, suave y amorosamente se me dijo que mi trabajo era excesivo; que me convenia el reposo, lejos del confesionario, del hospital y de los pobres y enfermos que me mareaban; que el señor Obispo me ofrecía aposento en su palacio de Vich, si era de mi gusto pasar allí un par de meses. No mostrándome muy propicio en aceptar la oferta de aquel descanso obligado, que por otra parte no me era conveniente, dijéronmelo con más claridad, afirmando que