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reservada exclusivamente, y ésta se me acercaba poco á poco, como un áspid entre las flores.



IV
J. M. J.


Nadie me confió en la casa López el cargo de limosnero, ni tal vez lo bubiera yo aceptado, no por temor á disgustos que me esperaban y había previsto, sino porque no me reconocía con el don de la paciencia, tiempo, incansabilidad y demás dones y virtudes que necesita un limosnero verdaderamente tal. Don Claudio, sintiéndose falto de fuerzas y de brío, y más agobiado de lo conveniente, encomendóme las familias que él socorria mensualmente, que no pasaban de veinticinco. Desde aquel momento vime asediado en todas partes por pobres y necesitados, en casa, en la calle, en el confesionario, por cartas, recomendaciones, aumentándose la lista hasta trescientas familias. Ofrecíanse cada día necesidades nuevas, exigiendo la justicia y la caridad no olvidar las antiguas; y no consintiéndome mi salud, que no era entonces buena, como lo es ahora, ir, venir y correr cual era necesario, solicité un auxiliar, que me fué concedido. Tres cirineos tuve uno tras otro. Los dos primeros cansáronse de ayudarme á llevar la cruz, no por lo pesado de la carga, sino por las amarguras que ocasionaba. Como que la caridad es una virtud tan alta, Dios nuestro Señor espera premiar en la otra vida á los que la ejercitan y aqui en la tierra se complace en enviarles sufrimientos, injurias y oprobio. Yo, por otra parte, sería merecedor de ellos, pues pecador y miserable soy, y rara vez ó quizás nunca estaría á la altura que la divina caridad demanda. Vinieron sobre mi sufrimientos de todas clases, pequeños al principio, después mayores. No vale la pena contarlos todos, pero llegóme uno, hará tres años, que me hizo comprender que caería, si no había caido ya, del pedestal.
Los marqueses acortaban su estancia en Barcelona y prolon-