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de fabricar barretinas, y habiéndose establecido en el Vallespir, tuvo que retirarse por falta de trabajo, siendo entonces bañero de La Presta. Desde allí volé por vez primera á las cimas del Canigó, concibiendo y dando principio á la leyenda pirenaica de aquel nombre. Al ir ó al volver de los baños, acompañábale á Comillas, donde le aguardaba su familia; a Montpeller, á consultar á un médico de la tierra, ó á Lourdes, á visitar á la celestial doctora.
Casóse, y su nuevo estado no enfrió en lo más mínimo nuesua buena amistad. Entonces no le acompañaba, como es natural, en sus viajes, pero vivía casi siempre cerca de él en Barcelona, en Comillas y especialmente en Caldetas, donde pasamos juntos largas temporadas, interesados por su salud. Una mañana, celebrada la santa Misa, vimos llegar, en tren exprés, á D. Manuel Arnús, portador de la para nosotros alarmante noticia del repentino fallecimiento de D. Antonio, su padre, ocurrido aquella noche. Si hubiera caído á nuestros pies un rayo, no nos hubiese aterrado más. Entonces, como antes y después, el duelo y la pena de esta familia eran mi pena y mi duelo, sus aflicciones, mis aflicciones, que sentía más que las propias. La salud de don Claudio sufrió fuerte descenso, llegando á producir, entre las personas que le queríamos, el temor de que la muerte del padre podía ocasionar próxima ó remotamente la muerte del hijo. Para descansar una temporada de sus fatigas y de la enojosa carga que sobre él pesaba, fletó un yacht inglés apellidado Vanadis, en alas del cual, y en compañía de D. Manuel Arnús, de su hermana Montserrat y del que es actualmente su marido, D. Clemente Miralles, visitamos las ciudades españolas de Málaga y Cádiz, las africanas de Tánger, Argel y Constantina, y sobre todo la tumba del venerable Raimundo Lulio, en San Francisco de Palma, la cueva de Artá, Miramar y Valldemosa y otros joyeles de la incomparable Isla Dorada.
Es innecesario contarlo todo. Yo seguía escribiendo, y mis pobres libros eran mejor recibidos de lo que merecían. Más no siempre habia de rezar los misterios de gloria: en una casa donde había tantas penas (no las digo todas), alguna debía quedarme