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III
J. M. J.


El Marqués de Comillas acababa de sentir el primer vaivén en el camino de la vida. Hasta entonces había navegado en todos los mares viento en popa, cual hijo predilecto de la fortuna. Casado con una señora de buena familia, virtuosa y rica; padre de dos hijos y dos hijas, que, sanos de cuerpo y alma, vivian á su alrededor; señor de una gran fortuna, que engrosaba cual río en tiempo de lluvias; dotado de un ánimo que aumentaba ante el peligro, avisado para el conocimiento de personas, y de un manejo extraordinario en los negocios, nada se oponía al paso de su carro triunfal; jamás sepulcro alguno recordábale la muerte en el camino de la vida.
La pérdida de su hijo mayor le afligió y causó trastorno, y, deseoso de soledad, fuése á pasar un par de meses cerca de Pedralbes, en la quinta de su yerno D. Eusebio Güell. Allí, en tan tristes circunstancias, fuí presentado á ambas familias, entre las que íntimamente ligado debía vivir tantos años.
Cuando el lobo ha catado un rebaño y saboreado la carne del corderillo, no tarda en aparecer de nuevo: lo propio hace, á veces, la muerte en una familia. Cuando entró en casa del marqués, para llevarse al heredero, no debió salir de ella, sino que oculta tras la puerta quedaría para hacer nueva presa, tocando esta vez en turno á la mayor de las hijas, D.ª María Luisa, pocos meses después de su matrimonio. Fueron éstos, golpes terribles para la familia toda: prepararon, humanamente hablando, la muerte del padre, y minaron la salud de D. Claudio, que, fuerte y robusta, iba decayendo por lenta tisis. Prescribiéronle los médicos las aguas de La Presta, y de entre sus numerosos amigos y compañeros escogióme para acompañarle, en dos veranos seguidos. Allí, mientras él se entretenía dibujando destartaladas casuchas, robles y peñascales, yo á su lado escribía La Barretina, que es sencillamente la historia de un hombre de Prats de Molló que, habiendo, en su juventud, ido á Olot á aprender la manera