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dos hijos del Marqués, que se hallaban en Cádiz. Al mayor no la he visto más; á D. Claudio volví á verle en Cádiz después de una temporada, y su presencia sirvióme de gran consuelo. Habíame embarcado por enfermo, y aumentaba mi dolencia la añoranza de Cataluña y el gran sentimiento que en mi producía no oir más que de vez en cuando su lenguaje, pues cabianme en suerte compañeros de tripulación vizcaínos, gallegos ó andaluces, con los que, á pesar de la amistad, huelga decir que no me era dable hablar de poesía catalana, fuente de mis placeres y alegrías desde mi infancia, después de Dios, de mis padres y hermanos. Una mañana, apenas llegado D. Claudio al vapor, después de cumplimentar el capitán y á los oficiales, dirigióse á mi afectuosamente, y, separándome del grupo de mis compañeros, me preguntó si escribía mucho, indicando que le leyera algo. Leíle alguna de mis pobres inspiraciones y le regalé mi Jesús als pecadors y la Batalla de Lepant, que tenía impresas.
Dos años transcurrieron yendo de España á Cuba y de Cuba á España en el vapor Guipúzcoa, cual lanzadera de un lado á otro del ancho y grandioso telar. Después de dos años de estar metido (rabejarme) en la gran piscina del Criador, reforzada mi salud, sentí deseos de abandonar el mar, al que, en lucha peligrosa y terrible, acababa de arrancar el poema La Atlántida. Una circunstancia, triste y penosa para mí, facilitó la ejecución de mi plan. D. Antonio López pardió á su hijo mayor, y á instancias del segundo, D. Claudio, fuí propuesto para celebrar en su casa diariamente la santa misa en sufragio del alma de aquél. Vine de Cádiz en el vapor Ciudad Condal, y próximamente en 25 de noviembre de 1876 tomé posesión de mi capellanía.
En prenda de mi gratitud dediqué al Marqués de Comillas el poema de La Atlántida, fresco y salobre todavía, que fué premiado en los próximos Juegos Florales.