sar de las equivocaciones de la marcha. Avancemos, pues, pongamos nuestra certidumbre en el porvenir. A pesar de todo, el mañana tendrá razón.
Tal es la creencia inquebrantable que quisiera ver en hombre político, por encima de la abominable conveniencia de los partidos. La miseria comienza cuando sel desciende a la medianía y la truhanería de los ambiciosos que son la vergüenza de su época. Nos sobrecoge entonces gran indignación, se pelea contra esos hombrecillos por poca preocupación que se tenga por la verdad; y tal vez se obrara mejor guardando silencio, esperando' el total de los resultados, porque todo entra en el trabajo de la vida, hasta los elementos sucios y destructores. Así como la muerte es necesaria a la existencia, los hombrecillos fueron hechos sin duda para llenar las fosas, en las cuales caen de nuevo en el vacío, mientras el siglo pasa.
La política no es hoy más que eso. Si la hora parece turbia aun, los hechos se revelan cada vez con más precisión, y lo que todo el mundo oye es el zumbido de la democracia que asciende sin cesar. Es el porvenir, nadie es de dudarlo. Así, pues, es necesario acepcap tarla, se ha de creer en ella, dejando que las pasiones de unos la nieguen y que las ambi-